Lo mío no
es la perfección a lo Bree Van De Camp. Ni soy una mujer desesperada. Pero lo que cocino, me sale muy bueno. Receta por
aquí, receta por allá, cambio de ingrediente por este lado y por el otro,
aliños de Jamie Oliver y su cocina en veinte minutos… Unas recetas son de mi
hermana, otras de mi prima y si le añado el hacer de mi madre de toda la vida,
como resultado, cocina casera y rápida.
Hoy, entre café y CSI “las Vegas”,
he preparado unos boles de verduritas al microondas: brócoli y coliflor (16
minutos a toda potencia dejan las verduras al dente, cada una hecha por
separado). Ya las tengo preparadas para ponerlas luego en una fuente más
grande, juntas pero cada una hacia un lado (cuestión de presentación) y les
añadiré una crema a la francesa (receta de Justine): nata para cocinar calentada
en la sartén a la que añadiré una pastillita deshecha de caldo de ajo y
perejil. También he procedido con cuidado y técnicas depuradas a preparar la
carne.
Cual
agente de criminalística he cogido el solomillo de cerdo envasado que puse a
descongelar anoche y lo he abierto con cuidado. Un agüilla sucia y casi
rosado-sanguinolenta ha intentado mancharme, pero he solucionado el problema
con rapidez y sin dejar pruebas. Mi bayeta de cocina ha sido muy útil en esos
momentos decisivos y ha decidido impregnarse de manchas perennes que no salen
ni con el oxígeno activo del lavado. Pero no pasa nada. Tengo más bayetas
colaboradoras, formadas todas en Suecia. Limpias, limpias.
Como
decía, he procedido con el solomillo, lo he sacado de una bolsa, le he quitado
el juguillo, lo he puesto en una fuente de cristal para horno y lo he
salpimentado (uf, ¡qué finura lingüística tiene el mundo de la cocina!) Vamos
que le he echado sal sólo porque no he encontrado la pimienta. Luego he puesto,
siempre según la receta de mi Hermanísima, un vasito de aceite de oliva –cómo no—virgen
extra y otro de vinagre de Módena, que le dará un toque agridulce muy particular.
Como es lógico, había precalentado el horno quince minutos y he puesto la
fuente dentro a 200 grados durante unos tres cuartos de hora. Ya se sabe, a
ojo, porque si veo que está hecho antes,
antes lo saco.
Para
acompañar la carne, la Hermanísima aconseja una pasta de cus-cús que pega muy
bien para la salsita y se hace al microondas, siguiendo las instrucciones tan
útiles que vienen en el paquete.
Yo,
mientras tanto, a esperar a que llegue la hora de comer y la siesta, porque la
revolución acaba de empezar: después de
entretenerse con lo dibus una hora, los nenés han decidido empezar la
guerra por su cuenta. Jorge se ha sentado en mi silla de ordenador, detrás de
mí y está dando patadas al taburete mientras dice “loralilí” (sic) y se
balancea peligrosamente. Laura está arrastrando las sillas del salón para
hacerse una esquinita a cubierto (quién sabe si de las balas) y “crear hogar”
al más puro estilo de “El Corte Inglés”: unas toallas por aquí, unas galletas
acá, manchas de chocolate en la pared como si estuviera en su propia casa, anoraks
en el suelo simulando una bien acolchada moqueta, el carrito de su bebé de
juguete, biberones, cucharillas y … qué sé yo qué más…
Mientras,
al otro lado de la mesa, de la cocina al lugar donde yo escribo, Jorge corre
llevando latas (en las que guardo cereales de desayuno) de un lado a otro, en
un intento de levantar altas torres que ya, ya caerán. Que lo sé. Y como encima
del todo se empeña en poner el tarro de cristal de Nutella, sé qué final va a
tener la mañana: mamá limpiando un revuelto cristaleado de “leche, cacao,
avellanas y azúcar” pringoso. Totalmente pringoso. Y conste que no soy adivina.
Según lo cuentas dan ganas de ir a comer a tu casa: Elena lo pasaría genial con Laura, q ella tb es de las q hace su"hogar" con toallas y mantas! Y Guzmán y Jorge uña y carne.... Seguro q acababan peleando como machotes q son!
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