sábado, 23 de febrero de 2013

Lo mío no es la perfección


Lo mío no es la perfección a lo Bree Van De Camp. Ni soy una mujer desesperada. Pero lo que cocino, me sale muy bueno. Receta por aquí, receta por allá, cambio de ingrediente por este lado y por el otro, aliños de Jamie Oliver y su cocina en veinte minutos… Unas recetas son de mi hermana, otras de mi prima y si le añado el hacer de mi madre de toda la vida, como resultado, cocina casera y rápida.
            Hoy, entre café y CSI “las Vegas”, he preparado unos boles de verduritas al microondas: brócoli y coliflor (16 minutos a toda potencia dejan las verduras al dente, cada una hecha por separado). Ya las tengo preparadas para ponerlas luego en una fuente más grande, juntas pero cada una hacia un lado (cuestión de presentación) y les añadiré una crema a la francesa (receta de Justine): nata para cocinar calentada en la sartén a la que añadiré una pastillita deshecha de caldo de ajo y perejil. También he procedido con cuidado y técnicas depuradas a preparar la carne.
Cual agente de criminalística he cogido el solomillo de cerdo envasado que puse a descongelar anoche y lo he abierto con cuidado. Un agüilla sucia y casi rosado-sanguinolenta ha intentado mancharme, pero he solucionado el problema con rapidez y sin dejar pruebas. Mi bayeta de cocina ha sido muy útil en esos momentos decisivos y ha decidido impregnarse de manchas perennes que no salen ni con el oxígeno activo del lavado. Pero no pasa nada. Tengo más bayetas colaboradoras, formadas todas en Suecia. Limpias, limpias.
Como decía, he procedido con el solomillo, lo he sacado de una bolsa, le he quitado el juguillo, lo he puesto en una fuente de cristal para horno y lo he salpimentado (uf, ¡qué finura lingüística tiene el mundo de la cocina!) Vamos que le he echado sal sólo porque no he encontrado la pimienta. Luego he puesto, siempre según la receta de mi Hermanísima, un vasito de aceite de oliva –cómo no—virgen extra y otro de vinagre de Módena, que le dará un toque agridulce muy particular. Como es lógico, había precalentado el horno quince minutos y he puesto la fuente dentro a 200 grados durante unos tres cuartos de hora. Ya se sabe, a ojo, porque si veo que está  hecho antes, antes lo saco.
Para acompañar la carne, la Hermanísima aconseja una pasta de cus-cús que pega muy bien para la salsita y se hace al microondas, siguiendo las instrucciones tan útiles que vienen en el paquete.
Yo, mientras tanto, a esperar a que llegue la hora de comer y la siesta, porque la revolución acaba de empezar: después de  entretenerse con lo dibus una hora, los nenés han decidido empezar la guerra por su cuenta. Jorge se ha sentado en mi silla de ordenador, detrás de mí y está dando patadas al taburete mientras dice “loralilí” (sic) y se balancea peligrosamente. Laura está arrastrando las sillas del salón para hacerse una esquinita a cubierto (quién sabe si de las balas) y “crear hogar” al más puro estilo de “El Corte Inglés”: unas toallas por aquí, unas galletas acá, manchas de chocolate en la pared como si estuviera en su propia casa, anoraks en el suelo simulando una bien acolchada moqueta, el carrito de su bebé de juguete, biberones, cucharillas y … qué sé yo qué más…
Mientras, al otro lado de la mesa, de la cocina al lugar donde yo escribo, Jorge corre llevando latas (en las que guardo cereales de desayuno) de un lado a otro, en un intento de levantar altas torres que ya, ya caerán. Que lo sé. Y como encima del todo se empeña en poner el tarro de cristal de Nutella, sé qué final va a tener la mañana: mamá limpiando un revuelto cristaleado de “leche, cacao, avellanas y azúcar” pringoso. Totalmente pringoso. Y conste que no soy adivina.

domingo, 17 de febrero de 2013

Un domingo cualquiera


 
            Acabo de abrir mi documento, ahora que dispongo de un ratín, para enfrentarme a mis deberes de blogger. He tardado una eternidad en llegar hasta aquí: he buscado el portátil dentro del armario del cuarto de los niños  --el fijo está ocupado-- , he abierto el estuche y colocado el aparato sobre una “mesilla” (diminutivo del todo despectivo) de ordenador de “chichinabo” en el único hueco libre y con enchufe que me queda en la casa y lo he enchufado.

Antes de llegar a este momento, mi vida ha sido de marathon materno: levantarme a las 07:00, preparar biberones, beberme un café bien cargado (más bien chutármelo) para aguantar la actividad de los ratos siguientes, levantar al niño, besuquearlo,  ponerle los dibus en la tele, meter la ropa en la lavadora y ponerla (con el santo bloqueo de niños por si acaso), poner el lavavajillas, preparar la comida por adelantado, por si luego no tenía tiempo, ni ganas, recibir a la niña (que ya se ha despertado llorando), besuquearla y volverla a besuquear... ir corriendo a calentar el otro biberón y colocarla ante el televisor...¡menos mal! vuelven a poner el capítulo de ayer de Lazy town que tanto nos gusta... Este Robbie Retto es un desastre, ahora, que Sportacus es todo un tipo. Me siento un minuto con los niños, pero un olor sin identificar me hace levantarme: a sí, es la sopa de sobre que me ha dejado la vitrocerámica hecha un asco. Por suerte hoy todavía no la había limpiado. Entre cacharros y pucheros, otro café y un poco de escoba por aquí y otro poco por allá, así, para disimular.

Luego me siento en el ordenata fijo a grabar unos cuantos deuvedés de dibus, que el disco duro está que peta con tanta cosa en el incoming. Vaya, si tengo unos cuantos capítulos de “Mujeres desesperadas” sin ver, voy a ver si lo meto en una tarjeta SD para verlos luego en el portátil, que se me ha estropeado el lector de cedés...Ahora me toca ver la peli de los niños con los niños: hoy, “Gnomeo y Julieta” que hemos bajado al i-plus del salón a través de nuestro cable ethernet, disfrutando del servicio YOMVI del Canal +. A los cuarenta minutos de peli y bastante influida por la vomitera que me producen las canciones de Elton John y un gnomo rojo emulando a Sato, el japo malo de “Black Rain” que se carga a Andy García, montado en una segadora que, obviamente, le viene grande, me levanto corriendo para ir a darme una ducha.

Ya es hora de ponerse las pilas para salir un rato a la calle a jugar con los babies. El ratito al aire libre  me permite  consultar mi correo en el i-phone y ponerme, como una descosida, decía mi madre, a borrar correos que tengo almacenados desde antesdeayer. Los fines de semana, no tengo ni tiempo para ver el correo. Y a continuación un paseíto por el facebook a ver cómo les van las cosas a los demás. Los domingos el personal se activa, pero, la verdad, es que no estoy para muchas chorradas ni fotos de los pies de mis amigos. Y es que si no sabes qué poner, es mejor que no pongas nada.

Entro en casa a las 13:00 y comienzo con el puré y las hamburguesas. Entran los niños y lavamos manos y cara, los siento, nos peleamos con las bolitas de la sopa, golpeamos los platos con las cucharas, escupimos el agua, enseñamos el gurruño de hamburguesa que tenemos en la boca... todo ello amenizado por el “Papitwo” cd 2, de Miguel Bosé, que consigue atragantarme el bolo alimenticio cuando oigo su canción “Morir de amor” interpretada por Raphael. Puaaag! Qué náusea. Sin comentarios.

Por fin las dos de la tarde: mi marido se lleva al niño a dormir la siesta, yo me voy con la niña a lo mismo. Me llevo mi móvil, por si tengo tiempo de leer y puedo acabarme el último de Pérez-Reverte, pero no. No es posible. La niña y yo discutimos: que te eches, que no, que sí, échate, que no, échate o... y soy yo la que me duermo, con una dulce música New Age de fondo que duerme incluso al más pintado. Por fin, a las cuatro me despierto, minuto más minuto menos, para que nos vamos a engañar, más cansada que cuando me acosté. Pruebo a tomarme un café y procedo, como decía al principio, a encender el portátil. La ventaja de mi portátil es que sólo lo uso yo y que tengo el i-google instalado desde hace unos años. Entro en google docs a través del mismo y mi sorpresa es mayúscula cuando me encuentro con unos diez documentos que yo he hecho, compartido y procesado desde ¡mayo del 2008!. Parece mentira, y yo, sin enterarme de que no los había guardado en otro sitio... Claro, ahora todo lo veo más claro. Por no almacenar en los ordenadores del trabajo o por no poner el pincho, algunas cosas las he hecho con el google docs... ¿Y cómo no me he dado cuenta? Os preguntaréis. Pues tiene su lógica: desde hace más de dos años uso una tableta y el programa Pages como procesador y todo me lo subo a la Nube o al Dropbox. En caso de necesitar algo de manera inmediata, me lo mando por correo a una segunda cuenta de gmail y así va la vida.

No sé si soy una friki, pero estoy de lleno metida en el mundo de los aparatos y la información y, la verdad, me gusta y me facilita el trabajo. Por la mañana, al levantarme, consulto el correo, saludo el día en el facebook y consulto las apps de El País y el ABC. en el trabajo me conecto a menudo a diccionarios o traductores on line, a you tube  o a cualquier aplicación que me pueda ayudar. En clase utilizo la aplicación teacher pal para i-pad que me facilita mucho las tareas y contacto, tanto con alumnos como con sus padres a través de la aplicación para comunicarnos lo que sea necesario, enviar tareas o corregir deberes y así llego al mediodía, cuando cualquiera de las aplicaciones on line se me hacen imprescindibles: el talking tom para los niños, pocoyó, la página de clan tv, las emisiones a la carta... ¡Jolines! las 16:26 ya... el nene se acaba de despertar. Espero que la niña me de un par de minutos de cancha para completar el trabajo y meter una foto.

¡Qué vida más ajetreada esta!
Así es mi vida 2.0.
            Gracias a ella, siempre tengo algo que hacer.