miércoles, 6 de marzo de 2013
domingo, 3 de marzo de 2013
sábado, 2 de marzo de 2013
Papel. Papel higiénico. No el
normal. Rollo extra. Cuatro capas. Muuuy largo. Y yo lo he enrollado todo. Todo. Yo sola.
La tarea me ha llevado unos seis minutos. Todos y cada uno de los segundos
llenos de desesperación. ¿Por qué yo, Dios mío? ¿Qué he hecho yo para merecer
este castigo tan a menudo? ¿Acaso he pecado? En algo serio, quiero decir…
porque las cosillas diarias, vamos, como todo el mundo, ya tú sabes… Y ahora,
esto. El mito de Sísifo se me impone en vida en forma de rollo de papel higiénico,
uno al día por lo menos. Y no hay quien la pare. Ella dice que sí, que va al
baño. Que sí, que piensa coger el rollo del portarrollos, que no, que no sale
de ahí, que sí, que ahora voy… y tiro. Que sí, que lo desenrollo, que si lo hago ¡qué más da! Ya viene mi mamá y lo vuelve a
enrollar…
Jua, jua, jua, qué risa me da
cuando después de un rato de silencio sospechoso llego al baño y me encuentro
todo el suelo lleno de papel blanco, suave, rollo y rollo, tipo anuncio de
perros, por el suelo. Y una pequeña energúmena sonriendo con cara muy simpática
de ¡yo no he hecho nada, bua!. Pero la realidad no me confunde… yo sé que tras
esa cara se cachondea de mí y se esconde el gesto de la hermana pequeña del
muñeco diabólico que telepáticamente me comunica: ¡”Síiiii, a que jode, ¿eh?,
pues te vas a enterar, madre, por todas las veces que me riñes y me miras con
los ojos torcidos…!”
Y,
de fondo, en mi cabeza, resuena la risa de Christopher Lee al final de “Thriller”
de Michael Jackson… quien la haya oído, sabe a qué me refiero. Y a
continuación, cuando ya empiezo a temblar pensando en lo que me deparará el
futuro y me veo en la silla de ruedas, en lo alto de la escalera, a lo Norman
Bates… ella me dice: ¡MAMÁ, CACA! y en esas palabras leo la
pureza de su alma, su nula intención de hacer el mal… y su sonrisa burlona que
dice: “Pienso seguir usando el pañal muuuucho muuucho tiempo.”
sábado, 23 de febrero de 2013
Lo mío no es la perfección
Lo mío no
es la perfección a lo Bree Van De Camp. Ni soy una mujer desesperada. Pero lo que cocino, me sale muy bueno. Receta por
aquí, receta por allá, cambio de ingrediente por este lado y por el otro,
aliños de Jamie Oliver y su cocina en veinte minutos… Unas recetas son de mi
hermana, otras de mi prima y si le añado el hacer de mi madre de toda la vida,
como resultado, cocina casera y rápida.
Hoy, entre café y CSI “las Vegas”,
he preparado unos boles de verduritas al microondas: brócoli y coliflor (16
minutos a toda potencia dejan las verduras al dente, cada una hecha por
separado). Ya las tengo preparadas para ponerlas luego en una fuente más
grande, juntas pero cada una hacia un lado (cuestión de presentación) y les
añadiré una crema a la francesa (receta de Justine): nata para cocinar calentada
en la sartén a la que añadiré una pastillita deshecha de caldo de ajo y
perejil. También he procedido con cuidado y técnicas depuradas a preparar la
carne.
Cual
agente de criminalística he cogido el solomillo de cerdo envasado que puse a
descongelar anoche y lo he abierto con cuidado. Un agüilla sucia y casi
rosado-sanguinolenta ha intentado mancharme, pero he solucionado el problema
con rapidez y sin dejar pruebas. Mi bayeta de cocina ha sido muy útil en esos
momentos decisivos y ha decidido impregnarse de manchas perennes que no salen
ni con el oxígeno activo del lavado. Pero no pasa nada. Tengo más bayetas
colaboradoras, formadas todas en Suecia. Limpias, limpias.
Como
decía, he procedido con el solomillo, lo he sacado de una bolsa, le he quitado
el juguillo, lo he puesto en una fuente de cristal para horno y lo he
salpimentado (uf, ¡qué finura lingüística tiene el mundo de la cocina!) Vamos
que le he echado sal sólo porque no he encontrado la pimienta. Luego he puesto,
siempre según la receta de mi Hermanísima, un vasito de aceite de oliva –cómo no—virgen
extra y otro de vinagre de Módena, que le dará un toque agridulce muy particular.
Como es lógico, había precalentado el horno quince minutos y he puesto la
fuente dentro a 200 grados durante unos tres cuartos de hora. Ya se sabe, a
ojo, porque si veo que está hecho antes,
antes lo saco.
Para
acompañar la carne, la Hermanísima aconseja una pasta de cus-cús que pega muy
bien para la salsita y se hace al microondas, siguiendo las instrucciones tan
útiles que vienen en el paquete.
Yo,
mientras tanto, a esperar a que llegue la hora de comer y la siesta, porque la
revolución acaba de empezar: después de
entretenerse con lo dibus una hora, los nenés han decidido empezar la
guerra por su cuenta. Jorge se ha sentado en mi silla de ordenador, detrás de
mí y está dando patadas al taburete mientras dice “loralilí” (sic) y se
balancea peligrosamente. Laura está arrastrando las sillas del salón para
hacerse una esquinita a cubierto (quién sabe si de las balas) y “crear hogar”
al más puro estilo de “El Corte Inglés”: unas toallas por aquí, unas galletas
acá, manchas de chocolate en la pared como si estuviera en su propia casa, anoraks
en el suelo simulando una bien acolchada moqueta, el carrito de su bebé de
juguete, biberones, cucharillas y … qué sé yo qué más…
Mientras,
al otro lado de la mesa, de la cocina al lugar donde yo escribo, Jorge corre
llevando latas (en las que guardo cereales de desayuno) de un lado a otro, en
un intento de levantar altas torres que ya, ya caerán. Que lo sé. Y como encima
del todo se empeña en poner el tarro de cristal de Nutella, sé qué final va a
tener la mañana: mamá limpiando un revuelto cristaleado de “leche, cacao,
avellanas y azúcar” pringoso. Totalmente pringoso. Y conste que no soy adivina.
domingo, 17 de febrero de 2013
Un domingo cualquiera
Acabo
de abrir mi documento, ahora que dispongo de un ratín, para enfrentarme a mis
deberes de blogger. He tardado una eternidad en llegar hasta aquí: he buscado el
portátil dentro del armario del cuarto de los niños --el fijo está ocupado-- , he abierto el estuche y colocado el aparato sobre una
“mesilla” (diminutivo del todo despectivo) de ordenador de “chichinabo” en el
único hueco libre y con enchufe que me queda en la casa y lo he enchufado.
Antes de llegar a este
momento, mi vida ha sido de marathon materno: levantarme a las 07:00, preparar
biberones, beberme un café bien cargado (más bien chutármelo) para aguantar la
actividad de los ratos siguientes, levantar al niño, besuquearlo, ponerle los dibus en la tele, meter la ropa
en la lavadora y ponerla (con el santo bloqueo de niños por si acaso), poner el
lavavajillas, preparar la comida por adelantado, por si luego no tenía tiempo,
ni ganas, recibir a la niña (que ya se ha despertado llorando), besuquearla y
volverla a besuquear... ir corriendo a calentar el otro biberón y colocarla
ante el televisor...¡menos mal! vuelven a poner el capítulo de ayer de Lazy town que tanto nos gusta... Este
Robbie Retto es un desastre, ahora, que Sportacus es todo un tipo. Me siento un
minuto con los niños, pero un olor sin identificar me hace levantarme: a sí, es
la sopa de sobre que me ha dejado la vitrocerámica hecha un asco. Por suerte
hoy todavía no la había limpiado. Entre cacharros y pucheros, otro café y un
poco de escoba por aquí y otro poco por allá, así, para disimular.
Luego me siento en el
ordenata fijo a grabar unos cuantos deuvedés de dibus, que el disco duro está
que peta con tanta cosa en el incoming. Vaya, si tengo unos cuantos capítulos
de “Mujeres desesperadas” sin ver, voy a ver si lo meto en una tarjeta SD para
verlos luego en el portátil, que se me ha estropeado el lector de cedés...Ahora
me toca ver la peli de los niños con los niños: hoy, “Gnomeo y Julieta” que
hemos bajado al i-plus del salón a través de nuestro cable ethernet,
disfrutando del servicio YOMVI del Canal +. A los cuarenta minutos de peli y
bastante influida por la vomitera que me producen las canciones de Elton John y
un gnomo rojo emulando a Sato, el japo malo de “Black Rain” que se carga a
Andy García, montado en una segadora que, obviamente, le viene grande, me levanto corriendo para ir a darme una ducha.
Ya es hora de ponerse las
pilas para salir un rato a la calle a jugar con los babies. El ratito al aire
libre me permite consultar mi correo en el i-phone y ponerme,
como una descosida, decía mi madre, a borrar correos que tengo almacenados
desde antesdeayer. Los fines de semana, no tengo ni tiempo para ver el correo.
Y a continuación un paseíto por el facebook a ver cómo les van las cosas a los
demás. Los domingos el personal se activa, pero, la verdad, es que no estoy
para muchas chorradas ni fotos de los pies de mis amigos. Y es que si no sabes
qué poner, es mejor que no pongas nada.
Entro en casa a las 13:00
y comienzo con el puré y las hamburguesas. Entran los niños y lavamos manos y
cara, los siento, nos peleamos con las bolitas de la sopa, golpeamos los platos
con las cucharas, escupimos el agua, enseñamos el gurruño de hamburguesa que
tenemos en la boca... todo ello amenizado por el “Papitwo” cd 2, de Miguel
Bosé, que consigue atragantarme el bolo alimenticio cuando oigo su canción
“Morir de amor” interpretada por Raphael. Puaaag! Qué náusea. Sin comentarios.
Por fin las dos de la tarde:
mi marido se lleva al niño a dormir la siesta, yo me voy con la niña a lo
mismo. Me llevo mi móvil, por si tengo tiempo de leer y puedo acabarme el
último de Pérez-Reverte, pero no. No es posible. La niña y yo discutimos: que
te eches, que no, que sí, échate, que no, échate o... y soy yo la que me
duermo, con una dulce música New Age de fondo que duerme incluso al más
pintado. Por fin, a las cuatro me despierto, minuto más minuto menos, para que
nos vamos a engañar, más cansada que
cuando me acosté. Pruebo a tomarme un café y procedo, como decía al principio,
a encender el portátil. La ventaja de mi portátil es que sólo lo uso yo y que
tengo el i-google instalado desde hace unos años. Entro en google docs a través
del mismo y mi sorpresa es mayúscula cuando me encuentro con unos diez
documentos que yo he hecho, compartido y procesado desde ¡mayo del 2008!.
Parece mentira, y yo, sin enterarme de que no los había guardado en otro
sitio... Claro, ahora todo lo veo más claro. Por no almacenar en los ordenadores
del trabajo o por no poner el pincho, algunas cosas las he hecho con el google
docs... ¿Y cómo no me he dado cuenta? Os preguntaréis. Pues tiene su lógica:
desde hace más de dos años uso una tableta y el programa Pages como procesador
y todo me lo subo a la Nube o al Dropbox. En caso de necesitar algo de manera
inmediata, me lo mando por correo a una segunda cuenta de gmail y así va la
vida.
No sé si soy una friki,
pero estoy de lleno metida en el mundo de los aparatos y la información y, la
verdad, me gusta y me facilita el trabajo. Por la mañana, al levantarme,
consulto el correo, saludo el día en el facebook y consulto las apps de El País
y el ABC. en el trabajo me conecto a menudo a diccionarios o traductores on
line, a you tube o a cualquier aplicación
que me pueda ayudar. En clase utilizo la aplicación teacher pal para i-pad que
me facilita mucho las tareas y contacto, tanto con alumnos como con sus padres
a través de la aplicación para comunicarnos lo que sea necesario, enviar
tareas o corregir deberes y así llego al mediodía, cuando cualquiera de las
aplicaciones on line se me hacen imprescindibles: el talking tom para los
niños, pocoyó, la página de clan tv, las emisiones a la carta... ¡Jolines! las
16:26 ya... el nene se acaba de despertar. Espero que la niña me de un par de
minutos de cancha para completar el trabajo y meter una foto.
¡Qué vida más ajetreada
esta!
Así es mi vida 2.0. Gracias a ella, siempre tengo algo que hacer.
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